“La equinoterapia es utilizar las características de los animales para la curación”, explica Walter Rodríguez, presidente de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (Ucrus).
“El movimiento del caballo y el calor producen ciertas modificaciones en el paciente y mejoran patologías como los problemas motrices, de comportamiento y de relacionamiento”, amplía. Rodríguez hizo un curso en la Asociación Nacional de Rehabilitación Ecuestre (ANRE), y ahora utiliza su caballo y los de otros clasificadores para que niños de sectores pobres puedan acceder al tratamiento. “Tenemos un convenio que en realidad es un compromiso moral, sin fines de lucro, con personas que no han sido debidamente atendidas por los organismos estatales, para que accedan a (un) mejor tratamiento”, señala Rodríguez. “En otros lugares hacen equinoterapia y al que no puede pagar no lo atienden. Acá el que puede aportar lo hace pero no es un requisito”, agrega.
El presidente de la Ucrus señala que el único apoyo estatal que reciben es un predio en el Prado, que la Intendencia les cedió en comodato. “Todo se hace con solidaridad”, asegura, y destaca la importancia del relacionamiento con los niños y sus familias. “También es una terapia para nosotros, porque generamos un vínculo con gente que no conocíamos, los abrazos que nos dan los niños y los padres te levantan la moral”, asegura.
Martín Nieves, integrante de ANRE, define al grupo como “militantes de la discapacidad”; considera que en muchos casos “discapacidad y pobreza van de la mano”, y destaca cómo el trabajo que realizan muchas veces rompe con ciertos prejuicios hacia los clasificadores. “Mucha gente, incluyendo algunos padres, a veces se asombran de que sea el caballo de un clasificador, pero al final se encuentran en la calle y se saludan y ahí se rompe el estigma, dejaron de mirar el caballo a distancia y encuentran una relación”, dice.